20100921

el culpable se mató


Cuando la policía llegó ya habían pasado como diez minutos. La sangre que ya casi había dejado de llenar los surcos en la calle se estaba solidificando, como que tomando un color más pálido, como el de un vino de mala calidad. Los vecinos informaron que habían escuchado un disparo, una puerta abriéndose, otro disparo y un auto acelerando. Dos de los testigos aseguran haberse levantado desesperados de la mesa y haber visto por las ventanas del comedor: "una busetita" y "una de esas vans medias aninadas".
Dos oficiales se preocuparon de buscar los casquillos de las balas, un tercero hablaba, calladito, por radio y el cuarto miraba, totalmente quieto, el cuerpo del difunto; los vecinos, parados en las veredas, envueltos en sus cobijas y alzando la cabeza para ver un poco mejor. Los más atrevidos se acercaban a unos pasos atrás del policía que jugaba a las estatuas y se despojaban de cualquier miedo para ver un muerto. Lo veían y se daban cuenta de que ese muerto tenía algo que no encajaba. Se quedaban con la imagen bajo sus retinas, se daban la vuelta y se iban pensando que eso era como la escena del crimen de una película mal hecha o como un periódico de crónica roja mal diagramado.

- Mi sub, pero si esta sangre no sale del cuerpo.

El policía que no se movía se movió sólo para decir lo que dijo, luego de acabar con la frase sus músculos se relajaron y pudo mover la cabeza para regresar a ver a su superior con los ojos caídos, como si ese descubrimiento le hubiese quitado toda la energía. Hasta ese instante casi todo era silencio y quietud. A partir de aquel reporte, todo empezó a agitarse. Que llamen a apurar a los de criminalística, que no se acerquen los vecinos, que nadie tope al cuerpo ni a la sangre del otro cuerpo, que por favor se retiren, todos y cada uno de los gritos, con un total nerviosismo.
Entre todo el griterío, Palacios, el oficial más experimentado, se acercó a ver de quién era la sangre en realidad. Cuando miró cómo el hombre de aproximadamente unos 25 años, tez morena y mediana estatura (según se redactó en el parte policial) tenía una mancha de sangre en la parte izquierda de su espalda, se fijó que la camisa no se seguía tiñendo de rojo, y, trasladando un poco la mirada, se dio cuenta de que el charco era más abundante que el pequeño camino que recorría hasta el muerto. Es decir, por gravedad, la sangre empezaba el recorrido desde el charco, no desde el difunto, al que supuestamente alguien había matado con un balaso.
Palacios se alzó las mangas y se agachó, colocando su cabeza paralelamente al suelo. Con la rama de un árbol, en una de sus manos, levantó un poco el cuerpo ensangrentado y confirmó que en la espalda no había señal de que una bala haya pasado por ahí. En la misma posición se percató de que unas pocas gotas seguían un recorrido a lo largo de la calle, como si fuese el aceite de un auto con la regla. Tenía casi el caso listo, Palacios pensó que ya no iba a necesitar a los de criminalística. Ahora sólo le faltaba saber cómo había muerto el tipo que tenía delante de sus ojos, luego habría tiempo para pensar en qué pasaría con el tipo que se desangraba en la furgoneta.
Palacios se paró y quiso seguir el camino de las gotas de sangre, paso tras paso, sigilosamente, hasta que el sonido de una garganta desgarrándose por hablar le hizo volver la mirada. El muerto estaba vivo y todavía podía decir algunas palabras. Palacios se acercó rápidamente para escuchar lo que el agonizante tipo de estatura mediana le gritaba desde adentro, lo escucho por un momento, acercó su oído y luego de las palabras que salían mezcladas con un poco de sangre, se limpió con su manga las pequeñas manchas rojas que tenía en su cara.
- Llámeles a los de criminalística y dígales que ya sabemos qué paso. Hay que saber como se llama el... ( Palacios gira la cabeza para ver si es que ya se había muerto) difunto y mañana averiguamos dónde tiene terrenos o casas para buscarle al tipo que se debe haber muerto desangrado en la furgoneta y que ya le deben estar enterrando.
Luis Palacios, Lucho para los panas, se pone el guante quirúrgico y busca entre los bolsillos del muerto la billetera.
- Puertas, escriba en el parte: Alfredo Vicente Zubía Gómez, (lo dice mientras, como todas las personas, compara la foto de la cédula con la del portador de la misma) fallece a eso de las 11:11 PM, luego de haber ingerido conscientemente veneno. Lo hizo antes de haber matado con un arma de fuego, aún desconocida, a otro sujeto que habría estado en una furgoneta que huyo de la escena del crimen, con placa y conductor desconocidos también. Las últimas palabras del Señor Zubía fueron: si no me mataba yo, mañana la mafia se las hubiese cobrado.

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