20100606

DON DESTINO

Las sensaciones se provocan, son la respuesta a un impulso de la memoria y explotan en el mismo momento en que el cerebro simula ese atolondrado grito de neuronas eléctricas. Miro y genero todo lo que inconscientemente quiero, desde los más simples problemas hasta los golpes más duros de la noche. En esa mesa se acaban de caer las botellas, bastaron cinco segundos para que todo perdiera el equilibrio, no me siento culpable, aunque yo sea el responsable.

Se derramó la cerveza sobre el vestido de aquella dama que acababa de recibir el 4 por ciento de una comisión sumamente millonaria. Si cinco segundos antes yo no hubiese cambiado de canal, ella no se hubiese enterado un segundo después de que a su jefe lo habían pillado y que era capaz de comerse 500 cheques en menos de medio minuto ante las cámaras. Ella sabía que ya no recibiría la comisión pero lo que más le molestaba era que no había estado participando en un trato justo, su jefe la había engañado, además de ligeramente enamorarla, le estaba quitando parte del dinero. El negocio se debía en gran parte a ella, pensó que por lo menos le tocaba el 40 por ciento o al menos el 30 si ella sería capaz de no portarse ambiciosa. Eso era lo que más le molestaba, se ofuscó, le faltó el aire, tembló un momento y por inercia, movió su brazo como si estuviera botando el nerviosismo y lo único que botó fue la cerveza. Yo sé que en muchos casos la televisión es la culpable, pero esta vez fui yo el que cambió de canal.

Por eso, evito hacer las cosas, prefiero la observación aunque puede ser un método mucho más peligroso. La gente suele decir que algunas personas tienen buena espalda, yo tengo una mala. No me adjudico la responsabilidad de cualquier suceso porque esté sumergido en un estado de culpabilidad existencial, simplemente retrocedo las cosas y me doy cuenta que si yo no hubiese dicho o hecho algo, lo que suelo presenciar nunca sucedería. Lo veo todo en un plano general, en un encuadre que se va llenando de objetos, situaciones y acciones colocadas rápida e intempestivamente, al puro estilo de un director tiránico y estructural.

No sé cuándo me empecé a dar cuenta de que algo estaba pasando, pero descubrí las cosas en su totalidad cuando fui el responsable de un robo en el banco de sangre. No, no estoy jodiendo. Suena de lo más absurdo pero fue así. Yo estaba caminando con una caja en mi mano, no era una caja cualquiera, era la de una computadora de última generación pero que en el interior sólo tenía papeles, los bocetos de la mujer con la que compartía mi vida en esa época, la diseñadora de modas. En el camino encontré el banco de sangre y decidí detenerme para preguntar cuánto tarda la sangre en limpiarse. Pasó poco tiempo y cuando me designaron a la persona que, incómoda, iba a responder a mi pregunta: llegaron dos tipos con gorras, pañuelos, con una pistola y que me hablaban a mí.

-La computadora, hijo de puta, danos la computadora!!!

Sin entender qué pasaba, les entregue la caja. Los tipos la tomaron sin pensarlo y antes de que la abrieran, la señora que me atendía les dijo que ellos no vendían la sangre pero que les podría dar un poco de dinero y su anillo.

-Sólo no hagan daño a nadie.

Los ojos de los tipos brillaron, se extendieron más allá de lo que su anonimato permitía y se dieron un festín, hicieron lo mismo con todos los presentes. Metieron todo en una funda blanca que agradecía por su visita y se fueron caminando, acelerando de a poco el paso, sacudiéndose la culpa y la vergüenza del ladrón que sale triunfador en la faena.

Callado, me preocupé por los bocetos de mi novia, más que nada, por el problema que se armaría. Pensé en salir corriendo y me di cuenta que era lo más apropiado pues supuestamente yo había perdido una computadora. Al correr sin sentido empecé a ver a lo lejos a los bocetos que se paseaban por la calle con la ayuda del viento. Corrí un poco más y me detuve a recogerlos, cuando lo hacía, vi unas manos que me ayudaban, subí la mirada y era ella, una mujer que con su rostro podía calmar al hombre más desenfrenado.

-Te ayudo? – me dijo mientras seguía levantando los papeles.
-Gracias – le dije con mi mirada clavada en sus ojos y mis manos buscando torpemente más bocetos en el piso.

Si yo no me hubiese detenido a hacer esa irrelevante pregunta en el banco de sangre: no hubiese habido robo de la caja con los bocetos, la señora no hubiese salido a dar una maravillosa idea para los ladrones, el resto de presentes no hubiese perdido su dinero y sus cosas, no hubiese terminado con la diseñadora de modas y no hubiese conocido a Lucía.

Ahora, me encuentro solo en este bar y miro como la cerveza sigue su rumbo en el piso, tomando como caminos a las imperfecciones del suelo para finalmente llegar hasta mis zapatos, prefiero quedarme quieto sin cambiar ningún canal. Alzo la mirada y veo a la señorita que tímida pide disculpas al dueño del lugar, se levanta, toma otro asiento y pide otra cerveza.

Me ubica con la mirada, como un periscopio que busca al enemigo, pero con la diferencia de que no centra su atención en mí con maldad. Se ríe, me llama con la mano. ¿Me puedo negar?

-Perdón por ensuciarte los zapatos.
-No hay problema, sólo fue la suela.
-¿Seguro?, tu otro píe tiene una mancha en el zapato, parece que no te fijaste en eso.

Me sale la risa, lo admito, no me preocupe del otro zapato. Ella toma su cerveza y prende un tabaco. Es curioso como la culpa se te va cuando otros la admiten por ti. Respiro el humo que ella bota de su boca. Me cuenta que acaba de ver una noticia que no la deja tranquila, que gracias a ese noticiero se había dado cuenta que ella no era del todo auténtica. Dice que la engañaron, pero que ella se engañó más.

Pido un whisky, me traen dos. El dueño del lugar siempre suele hacer ese tipo de regalos cuando ve que estoy con una mujer, es como si fuese un amigo que sólo llega en esos momentos y se va hasta cuando es hora de la cuenta. Tomo un sorbo, ella se acaba su cerveza y enseguida se toma varios sorbos del whisky. Su expresión cambia un poco, su voz se distorsiona alcanzando un tono dulcemente borracho. Seguimos hablando, cada vez nos acercamos un poco más, cerca, demasiado. Vuelvo a recordar el cambio de canal y luego el whisky, lo que pasó y lo que está pasando, todo debido a un botón aplastado…

-Primero, verte en la calle, caminando con prisa. Yo decidida a festejar una jugosa comisión con una cerveza, sólo una. Entro al mismo lugar, busco sillas, sólo quedan unas ante la barra. Miro al fondo y todo está lleno. Tú ya no estás. Cojo el control remoto, pregunto si puedo cambiar de canal, hago zapping de píe. Camino hacia la silla de la barra y en el camino dejo el control en el filo de una mesa donde un hombre fuma desesperado la última parte de su tabaco.
Tú regresas, te fuiste al baño. Caminas y justo cuando te diriges hacia la silla libre junto a mí, el hombre desesperado se levanta y se retira dejando una estela de humo que tú avientas con la mano. Te sientas, te doy la espalda y cambias de canal.
Si yo no hubiese puesto el control remoto ahí no se hubiese derramado la cerveza y consecuentemente no hubiese tenido nada que decirte. El bar no se hubiese conmocionado con el crujir de la botella al caer en la mesa, nada hubiese alterado nuestra realidad.
Y tú viéndome de reojo e inocentemente bajando la mirada. Yo aprovechando ese momento para preguntarle al dueño si te conoce, averiguando tu bebida favorita, pidiéndote una. Me atrevo y te llamo, te sientas a mi lado. El whisky preparándose, yo limpiando un poco mi conciencia en tus oídos, prendiendo un tabaco y botándote el humo. Tú pides un whisky y el encargado me guiña el ojo, trae dos.
Si no hubiese dejado el control remoto en esa mesa no te hubieses acercado. No te habría contado sobre esa noticia que tú pusiste en la televisión cuando aplastaste el botón. Tal vez, ni siquiera me hubieses tomado en cuenta si es que yo no botaba esa botella. No me hubieses contado sobre tu posición de Don Destino y no me hubieses confesado, mientras tomabas de mi cerveza luego de terminar con tu cuarto vaso de whisky, que tú eras el culpable de que haya visto esa noticia. No me hubiese enterado del episodio del banco de sangre, no me hubiese reído con eso, no sabría quién es Lucía, no me hubiese enterado de que una vez una mujer te lanzó maniquíes desde el segundo piso por haber perdido unos cuantos bocetos. No me hubieses dicho que tú habías logrado que me emborrache al pedir ese whisky que se convirtió en dos, según tú, por los favores del dueño. Tampoco hubieses llegado a tu departamento contento porque Don Destino, gracias a sus movimientos, había conocido a alguien y había pasado la noche con ella.

1 comentario:

erik dijo...

muy bueno, a veces pienso en ese tipo de cosas, jaja