20081016

El Árbitro será el que paga. (Basado en historias reales)

Si rebuscamos entre las profesiones para encontrar algunas de las más difíciles, por alguna razón u otra, sobresale la de árbitro. Corre atrás de los jugadores, mira el contacto de sus piernas y siempre está alerta a cualquier actitud antideportiva. Hasta ahí parece fácil, pero cualquier error suyo, por más mínimo que sea, puede provocar que reciba una ráfaga de insultos y una que otra agresión física.


El riesgo siempre va a estar presente para el árbitro, pero mucho más para los llamados “juecitos”: los mediadores entre en los equipos de las ligas barriales. A ellos no los ampara la Federación Ecuatoriana de Fútbol y obviamente Don Luis Chiriboga no conoce ni su nombre. Están agremiados, pero ellos mismos son los encargados de defenderse a puño limpio o con unas piernas que sepan correr.
Ocupación complicada para alguien que pierde fácilmente la cabeza, porque para eso, están los jugadores. A la hora del fútbol, la irracionalidad gana espacio. Cuantas veces he escuchado: “cuando juega fútbol se pone como loco”. Muchos locos contra el juez. Imagínese: un solo hombre que puede ser atacado por un grupo de personas que jalan para dos lados diferentes. Algo así como un solo policía en el medio de dos pandillas en pelea.

La informalidad con la que se los trata es una de sus peores debilidades. Se les tutea y pocos son los involucrados que les hablan con las manos en la espalda. Los insultos no le llegan desde los graderíos, vienen directamente de los jugadores amateur que realmente se las saben todas. Van desde un “no sea burro Sr. Juez”, hasta amenazas de muerte tan rápidas como un pitazo inicial. Claro que también se les dedican goles, pero acompañados de la conocida “mala seña”. Eso solo con los gestos y la palabra.
Por el lado de lo físico las cosas empeoran. Los jugadores suelen confabular contra el árbitro y en medio de risas, lo agreden por la espalda. Se han dado casos de que un hincha – los siempre peligrosos hinchas- le ha pasado una piedra a un jugador; él, luego de dar unos pasos acercándose hacía el “juecito”, estira su brazo y con toda tranquilidad, lanza la piedra, para darle un golpe en la espalda o en la cabeza.
El juez regresa a ver con sus ojos llenos de venganza pero al verse acorralado, generalmente por hombres más altos que él, no tiene más que acercarse a vocalía para denunciar tímidamente el atentado. Ni siquiera puede sacar una tarjeta porque ocasionaría una batalla campal.
Los festejos también incluyen agresiones físicas. El equipo rojo hace un gol luego de que se sintieran perjudicados con las decisiones del “cuervo”. El goleador toma la pelota y por ahí alguien le grita “dedícale, dedícale”. Con la rapidez de un definidor, el jugador toma la pelota, la levanta con la mano y con una gran patada, impacta la pelota en la espalda del árbitro. “Que festeje, que festeje”. La máxima autoridad en el campo de juego se ha visto agredida, nadie lo respeta y además le ha tocado festejar. Pobre de él si no festeja.
Si tomamos en cuenta a la hinchada, la situación puede volverse crítica para un “juecito”. Pero es necesario enfatizar en el tipo de hinchada con la que se puede enfrentar. La mayoría son familiares de los jugadores y ya sabemos a qué punto puede defender una madre a su hijo, una esposa a su esposo o una hermana a un hermano. Los problemas son cuestiones de sangre.
Las decisiones del árbitro son una lotería para él. Una falta mal pitada y un hijo tirado sobre la tierra de la cancha, dejarían como resultado una madre desesperada por tirar del cabello y darle unos puñetes al “juez hijo de...”
Tanto riesgo por unos pocos dólares. Realmente se necesita vocación para soportar todo esto y más que nada, para volver el próximo domingo para lo mismo. A desempeñar su oficio con miedo, a esperar que no le toque ningún borracho o algún deportista chuchaqui que nunca falta, a rezar para que todo se lleva bajo sus reglas y no bajo las de los jugadores, a estar pendiente de la defensa de su colega que pita un partido en la cancha de al lado, a ver sus pertenencias de reojo porque siempre se pierden las cosas, a saludar con ese que le pegó la semana anterior. Un oficio extremo, tan peligroso como ser domador de leones y serpientes venenosas, pero que realmente llena a los “juecitos”.

2 comentarios:

Tuchis dijo...

Pasando de visita mi bro bacan el blog de los cuentos se le felicita
Saludos desde el mundo de los sueños, visítame

Anónimo dijo...

que bueno JuanPa, me alegra conocer algo de ti, la familia es un grupo de desconocidos... me gustó tu estilo.
visita mi pg
www.artwanted.com/veronicabecerra

un abraxo